Agenda Economica Neuquen

El perverso encanto de la inflación

Zona Liberada 26/01/2022 Por Carlos
Algunos definen la inflación como una construcción colectiva resultado de una multiplicidad de comportamientos nocivos que, en una sinergia negativa, emergen gestando el peor de los males. Pero no todos tienen el mismo grado de responsabilidad.
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Por FERNANDO MIODOSKY. (Licenciado y Consultor Senior de ECO Consultores. Director Asociado asesorando a empresas y organismos Regionales, Nacionales y Multinacionales)

Después de tantos años de sobrellevar una dolencia que la gran mayoría de los países ha podido superar, nos exige pensar si, más que buscar erradicarla, prevalecen reflejos, impulsos e intereses que la sostienen a perpetuidad y la convierten en una especie de enfermedad que podríamos señalar analógicamente como autoinmune. Un mal que nosotros mismos nos generamos. Algo que perversamente sostenemos muy a pesar de estar conscientes de sus duras consecuencias.

El aumento sistemático de precios altera la totalidad de las relaciones económicas. Millones de personas, cada día, dedican gran parte de su tiempo a revisar y rediscutir los términos de sus transacciones tensando el entramado social.

Remarcar es repactar y volver a rodar las ecuaciones de conveniencia para cada una de las partes.

Esta rueda, a altas revoluciones, exacerba las fricciones del mercado, coarta la posibilidad de planificar y rompe con toda visión de largo plazo. Nadie invierte demasiado si los parámetros de apoyo de sus objetivos son tan volátiles. Y los que lo hacen necesitan anticiparse y cargan a sus precios el costo de la incertidumbre.

La eficiencia queda desplazada por la supervivencia en un camino resbaladizo donde solo la “viveza criolla” parece brindar algún reparo. La matriz de decisión de cualquiera de los actores económicos se ve trastocada. La oferta y la demanda quedan sumidas en un juego especulativo de bajo vuelo que corrompe la raíz de las decisiones.

En el caos de precios se incrementan las rendijas para sacar provecho. Infinidad de intereses espurios logran ramificarse parasitariamente y se articulan en el ejercicio del oportunismo.

La línea de optimización se desplaza y vicia con fuerza las entrañas de las relaciones económicas de todo un país. Los consumidores pagan de más y mucho más los que menos recursos tienen.

La inflación genera pobreza, desigualdad y marginalidad. A su vez, malforma y mediocriza la vocación de emprender, cargando de espíritu cortoplacista cada proyecto. El horizonte de desarrollo solo llega hasta la nariz. El más apto es el que logra entender cómo moverse en la remarcación compulsiva de precios.

Este caos y desconcierto asoma como una cara de la moneda que cae con todo su rigor sobre la gran mayoría de la población. Es tan críticamente nociva que dificulta entender su persistencia y nos lleva a preguntarnos: ¿cuál es la otra cara?, ¿hay sectores que han construido sentido bajo el amparo de la inflación?, ¿prevalecen mecanismos de sobreadaptación que han llevado a normalizar el caos de precios cegándonos respecto de los costos y la necesidad de buscar la salida?

La dirigencia, política, empresarial, social, sindical, después de tanto tiempo de sobrevivir a los coletazos de la inflación, en más o en menos, parece haber generado el músculo para navegar estas aguas turbias y se ve difícilmente proclive a revelarse contra el ecosistema en el que se mueve con trágica habilidad. Y el círculo se vicia en plenitud cuando sus bases electorales sistemáticamente resignan sus pretensiones de progreso y dignidad por beneficios inmediatos que nunca alcanzan a romper de raíz su estado de dependencia.

En este sentido, resultaría improbable imaginar a un amplio espectro de la dirigencia sindical ampliando sus banderas hoy casi exclusivamente restringidas a la actualización de salarios. Muy a pesar de que la fuerza estruendosa de los reclamos haya fracasado “con todo éxito” en el sostenimiento de la capacidad adquisitiva de los trabajadores.

También sería extraño que el empresariado, pequeño, mediano o grande, pretendiera domesticar sus vicios especulativos.

En el mismo sentido, la dirigencia política, en su mayoría escindida del bronce, difícilmente buscaría terminar con la inflación cuando podría significar perder su capacidad discrecional respecto de la emisión y la asignación de recursos. En gran parte, su capital político deviene de la capacidad de compensar asimetrías que surgen de la inflación. Se sentirían extraños sin el ritual de recibir la permanente visita de los demás sectores buscando su “guiño”.

Entre ellos, el de dirigentes sociales que necesitan contar con la ampliación de sus “partidas correspondientes” para aquellos desvalidos del sistema, en gran parte por el flagelo de la inflación.

En ese juego de compensación de asimetrías que devienen de la inestabilidad de precios, subyace gran parte de los cimientos que sostienen la edificación de poder de cada sector. Directa o indirectamente la inflación se constituye como un resorte eficaz para perpetuarse.

¿Cómo deshacer la maquinaria que ahoga lentamente al país, pero que da sustento de sentido a gran parte de la dirigencia?

No hay respuestas a la vista que suenen razonables para combatir la inflación y sus efectos colaterales aún más tóxicos y nocivos, perversamente enquistados en las bases constitutivas de nuestro país.

Mientras tanto, prevalece un espíritu de supervivencia de corto plazo que lejos de “condenarnos al éxito”, nos sumerge en un sendero de decadencia cada vez más irreversible. Estamos como el sapo en la olla, nadando en una tensa calma, con la hornalla prendida.

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